francescanesimo

Nella storia dell'opera, alcune opere occupano un posto unico non solo per la loro inventiva musicale, ma perché rispondono alle aspirazioni e ai problemi del loro tempo. Nel Fidelio di Beethoven, la tromba si rivela come un simbolo di liberazione, e non più di potere; nel Tristano e Isotta di Wagner, il cromatismo del tema di apertura e l'uso di tonalità chiariscono il labirinto dell'amore in Occidente; nel San Francisco di Assisi Olivier Messiaen, il canto degli uccelli che l'uomo moderno non ascolta, diventa l'elemento strutturale del brano musicale. Per questo motivo, dopo aver visto l'opera di Olivier Messiaen, si comprende la natura di modi diversi, mentre ci identifichiamo con il personaggio di San Francesco.

L'amore di San Francesco per la natura, negando ogni forma di possesso, è quello che affascina tutti. Allo stesso modo, è il motivo per cui si può diventare l'eroe di una generazione vittima di un mondo che ha reso il consumo vitello d'oro del nostro tempo. Nel XII secolo, quando Francesco introduce l'elemento sociale nella religione cattolica, che non poteva adattarsi all'evoluzione dell'universo rurale e urbano camuffando la sua decomposizione con segni esteriori di ricchezza e di potere, Francisco offre una nuova energia alla vita spirituale del suo tempo. La sua ricetta è semplice: l'espropriazione di qualsiasi merce, aiutando i poveri ei malati e arricchendo l'anima attraverso l'amore per la natura e tutte le sue creature. Così, l'umiltà e la gentilezza diventano valori chiave. Se si pensa oggi a Madre Teresa, abbiamo capito perché era così ammirato.

Nel mondo occidentale in cui viviamo, dove la moda regolarmente riempie le pagine dei giornali si contano milioni di giovani studenti senza lavoro e sono senza futuro; in questo mondo grandi atleti raddoppiando la quantità di 'pasta' prestando i loro corpi per le campagne pubblicitarie di intimo, mentre il 13% della popolazione mondiale non ha acqua potabile in Europa, dove sono ancora valide le idee della Rivoluzione francese come tema, ma si chiudono le frontiere per fuggire il terrore delle dittature; in un mondo come questo, nel pieno decadimento dei nostri valori, Francesco d'Assisi ci dice che potrebbe essere un bene abbandonare le nostre città, le nostre auto, i nostri mobili, i nostri iPhone e riscoprire la natura, osservare il volo libero degli uccelli e interessarci dei problemi di coloro che hanno bisogno di aiuto, pieni di grande tenerezza e amore per i più deboli e più indifesi.

Ciò che sembra ingenuo, richiede coraggio, forza, disciplina e grande altruismo. E' molto più facile ridere e deridere che mettersi in pausa per un momento e spendere qualche riflessione: è proprio quello che Olivier Messiaen ha capito e ha voluto comunicare. La struttura dell'opera e la sua musica sono importantissimi, questa musica angelica ci trasporta in un mondo di nuove sensazioni. A volte si fissa un ritmo così lento che ci costringe a rilassarsi, e utilizza colori orchestrali con una sensualità inebriante che contrasta con il suono degli accordi impressionante. Quando si utilizza la bellezza del canto degli uccelli, ci obbliga a superare noi stessi. Ci eleva alle altezze sconosciute e ci riempie di nuova energia. (...)

Dopo la finale di do maggiore San Francesco risorge dalle proprie ceneri come una fenice, con la forza di parlare della bellezza del creato, nonostante tutta la loro malvagità e bruttezza.

Olivier Messiaen ha composto una partitura come una cattedrale, in modo da lasciare convinti che l'inizio del ventunesimo secolo ha urgente necessità di fermare la nostra corsa contro il tempo, è il tempo di meditare guardando il tramonto, ascoltando il canto mattutino degli uccelli, contemplando la grandiosità delle montagne e l'oceano infinito. In questo modo otterremo - noi, uomini moderni che sentiamo tale angoscia di vivere nonostante disponiamo della tecnologia più avanzata - la sufficiente visione di futuro affinché il nostro 'fratello pianeta' possa essere la Terra di tutti gli uomini. (traduzione Redazione)


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Un santo para el siglo XXI

En la historia de la ópera, algunas obras ocupan un lugar de excepción no solo por su inventiva musical sino porque, dramatúrgicamente, responden a las aspiraciones y cuestiones de sus épocas. En Fidelio de Beethoven, la trompeta se revela como el símbolo de la liberación, y deja de ser a partir de entonces el del poder; en Tristán e Isolda de Wagner, el cromatismo del tema inicial y el uso de tonalidad hacen patente al laberinto del amor en Occidente; en San Francisco de Asís de Olivier Messiaen, el canto de los pájaros que el hombre moderno no escucha, llega a ser el elemento estructural de la melodía musical. Por esa razón, tras ver la ópera de Olivier Messiaen, llegamos a comprender la naturaleza de diferente forma, al tiempo que nos identificamos con el personaje de san Francisco.

El amor de san Francisco por la naturaleza, renunciando a la vez a toda forma de posesión, es lo que fascina a todo el mundo. De igual modo, es la razón por la que podrá convertirse en el héroe de toda una generación víctima de un mundo que ha hecho del consumo el becerro de oro de nuestro tiempo. A principios del siglo XII, cuando san Francisco introduce el elemento social en la religión católica, que no pudo adaptarse a la evolución del mundo rural al universo urbano camuflando así su descomposición con signos externos de poder y riqueza, Francisco ofrece una nueva energía a la vida espiritual de su tiempo. Su receta es muy sencilla: la desposesión de cualquier tipo de bienes, la ayuda a los pobres y a los enfermos y el enriquecimiento del alma a través del amor a la naturaleza y a todas sus criaturas. Así pues, la humildad y la bondad se convierten en valores clave. Si pensamos hoy día en la madre Teresa, entendemos por qué fue tan admirada.

En el mundo occidental en el que vivimos, donde la moda llena con regularidad las páginas de decenas de periódicos mientras se cuentan a millones los jóvenes universitarios que no tienen trabajo ni futuro; en este mundo, en el que los grandes deportistas duplican la cantidad de pasta que ganan prestando sus cuerpos para campañas de publicidad de ropa interior mientras el 13% de la población mundial no tiene agua potable; en Europa, donde aún se mantienen las ideas de la Revolución Francesa como lema pero se cierran sus fronteras a los que huyen del terror de las dictaduras; en un mundo como este, en plena descomposición de nuestros valores a pesar de una tecnología más avanzada que nunca, Francisco de Asís nos cuenta que quizá sería bueno que nos alejáramos de nuestras ciudades, de nuestros coches, de nuestros móviles, de nuestros iPhones y que nos reencontráramos con la naturaleza, que observáramos el vuelo libre de los pájaros y nos interesáramos por los problemas de los que necesitan ayuda, todo lleno de gran dulzura y amor hacia los más débiles e indefensos frente a los brutos.

Lo que parece ingenuo, requiere coraje, fuerza, disciplina y un gran altruismo. Es mucho más fácil reírse y burlarse que detenerse un instante y dedicarle algunos pensamientos: es justamente lo que Olivier Messiaen ha comprendido y ha querido comunicarnos. La estructura de su ópera y de su música son hasta tal punto importantes que desde que damos el primer paso para ponernos a escucharla, esta música angelical nos transporta a un mundo de nuevas sensaciones. A veces establece un ritmo tan lento que nos obliga a relajarnos, y utiliza colores orquestales con una sensualidad embriagadora que contrasta con acordes de sonido impresionantes. Cuando utiliza la belleza del canto de los pájaros, nos obliga a superarnos a nosotros mismos. Nos eleva a alturas desconocidas y nos llena de nuevas energías. Desde luego habrá espectadores que no entenderán este mensaje, igual que el hermano Élie no comprendió el mensaje del ángel. Pero el que se entregue con toda su alma a este torrente de música, sentirá que renace. Esa es la magia de algunas partituras como La flauta mágica, Fidelio, Tristán e Isolda. Cuando se las escucha, se ve el mundo de una manera completamente diferente.

Tras el do mayor final, san Francisco renace de sus cenizas como un ave Fénix, con la fuerza necesaria para hablar de la belleza de la creación a pesar de todas sus maldades y fealdades.

Olivier Messiaen ha compuesto una partitura como una catedral, para que podamos salir de ella convencidos de que a principios del siglo XXI necesitamos con urgencia detener nuestra carrera contra el reloj y tomarnos el tiempo necesario para meditar viendo el atardecer, escuchando por la mañana el canto de los pájaros, contemplando la monumentalidad de las montañas y los océanos infinitos. De este modo conseguiremos -nosotros, hombres modernos que a pesar de disponer de la tecnología punta sentimos tal angustia de vivir que no dejamos de contratar seguros de todo tipo- tener la suficiente visión de futuro para que nuestro hermoso planeta pueda ser la Tierra de todos los hombres. (elpais.com)